El domingo salió muy temprano hacia el río para navegar su piragua.
La salida del sol lo tomó río adentro. Mientras avanzaba rápido, descargaba tensiones y generaba endorfinas, remo y remo para adelante.
A medida que el sol crecía en su brillantez, él comenzó a provocar un significativo cambio corporal.
Adelantó el pecho hacia delante, como queriendo ganar unos centímetros de visión.
Apretó los ojos como dos chinos, frunció la nariz, hasta llevarla a las órbitas.
La frente arrugada trazaba unos surcos que se le unían con las cejas.
Todo este esfuerzo, dejaba a la boca con el labio inferior por debajo del otro y los dientes como un perro mordedor.
Encandilado en el esfuerzo no vio llegar a ese barco arenero ya a segundos de su proa.
Con el choque, el cuerpo salió despedido y fatalmente incrustó la cabeza en ese sordo acero.
Rebotó y cayó casualmente en su bote, boca abajo, abrazándolo en una grotesca posición amatoria.
Lo encontraron al garete un día después.
El forense puso a duras penas en el informe: golpe traumático de cráneo y otras cosas más, aunque estaba totalmente seguro por todo lo que veía, que había muerto enceguecido.
Alejandro Nevio Lemos
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