Después del temblor, después del desconcierto, después de las tímidas
llamadas para conocer como estaban mis queridos por aquellos lados; después de
todo eso, me senté a sentir y pensar.
Pensé en las casas de Neruda. Pensé en la Sebastiana
con su hermosa vista hacia la bahía de Valparaíso, esa que Don Pablo disfrutaba en los fines de año
para mirar los fuegos de artificio. Pensé en la Chascona. Paradójicamente, un
barco en el medio de Santiago, al pié del cerro San Cristóbal. Por último,
pensé en Isla Negra, tan al borde del mar como el mar mismo. Tan indefensa en
la madrugada de una ola gigante. Tan pequeña en esa brutal descarga, como si
fuera un hombre y una mujer, solos.
Entonces me dio miedo. Miedo de perderme corriendo en una callecita del
cerro Concepción. Miedo de quedarme para siempre como un barco varado en una
calle.
Me dio miedo de no tener nada. Ni siquiera las agujas del reloj paradas en
la hora siniestra.
Por otra parte, el pueblo chileno tiene historia, raíces, pueblos
originarios, inmigrantes y sustancialmente una permanente mirada a la
cordillera, que me hacen pensar que entre lágrimas y pico, pala y llagas,
seguirán de pie como siempre han estado.
Los admirables hermanos me han mostrado que el miedo, una vez más y como
siempre, es mío.
El miedo, esa emoción primitiva, se instala entre nosotros como un elemento
protector. Un sistema de advertencia que en una primera etapa resulta de mucha
utilidad. En situaciones de extrema peligrosidad, el miedo actúa como un inductor
a la sensatez.
También, hay un miedo que paraliza y debilita. Es el miedo instalado por
presunciones, pensamientos inventados. Este miedo ancestral, que viene de tan
atrás, nos detiene en nuestro andar impidiéndonos llegar libres al futuro.
Ese tipo de miedo está permanente tratando de introducirse en nosotros, acosándonos
desde distintos lugares.
El mirar un noticiero es un claro ejemplo de miedo paralizante. La
inseguridad reflejada en centenares de imágenes que se repiten hasta instalar
el miedo. Como si fueran millones de espejos, muestran una sola imagen multiplicada
hasta el infinito.
Así es entonces, que se van instalando los distintos miedos. Según soplen
los vientos, atacarán los miedos a la escasez de petróleo, al uso de
tecnología, a los gobiernos populares.
De estos dos miedos, el primero aparece rápidamente y nos alerta de algo
que aún no estaba pleno en la conciencia. El otro, el reactivo, permanece entre
nosotros dejándonos atados e inmóviles.
Hay una gran oportunidad para deshacernos de ese tipo de miedos y disfrutar
la vida plenamente, y está dentro nuestro.
Por último, es interesante tener en cuenta que lo contrario del miedo es el
amor.
Seguiré rezando para que nuestros hermanos chilenos continúen la marcha sin
miedo.
Alejandro Lemos
CRISTALES ROTOS
Hace
dos días volví a entrar, después de una larga ausencia, a mi casa de
Valparaíso. Grandes grietas herían las paredes. Los cristales hechos añicos
formaban un doloroso tapiz sobre el piso de las habitaciones. Los relojes,
también desde el suelo, marcaban tercamente la hora del terremoto. Cuántas
cosas bellas ahora barridas con una
escoba; cuántos objetos raros que la sacudida de la tierra transformó
en basura.
Debemos limpiar, ordenar y comenzar de nuevo. Cuesta encontrar el papel en medio del desbarajuste; y luego es difícil hallar los pensamientos.
Mis últimos trabajos fueron una traducción de Romeo y Julieta y un largo poema de amor en ritmos anticuados, poema que quedó inconcluso.
escoba; cuántos objetos raros que la sacudida de la tierra transformó
en basura.
Debemos limpiar, ordenar y comenzar de nuevo. Cuesta encontrar el papel en medio del desbarajuste; y luego es difícil hallar los pensamientos.
Mis últimos trabajos fueron una traducción de Romeo y Julieta y un largo poema de amor en ritmos anticuados, poema que quedó inconcluso.
Vamos, poema de amor, levántate de entre los
vidrios rotos, que ha llegado la hora de cantar.
Ayúdame, poema de amor, a restablecer la integridad, a cantar sobre el dolor.
Es verdad que el mundo no se limpia de guerra, no se lava de sangre, no se corrige del odio.
Es verdad. Pero es igualmente verdad que nos acercamos a una evidencia: los violentos se reflejan en el espejo del mundo y su rostro no es hermoso ni para ellos mismos.
Y sigo creyendo en la posibilidad del amor. Tengo la certidumbre del entendimiento entre los seres humanos, logrado sobre los dolores, sobre la sangre y sobre los cristales quebrados.
Pablo
Neruda ( "Confieso que he vivido")Ayúdame, poema de amor, a restablecer la integridad, a cantar sobre el dolor.
Es verdad que el mundo no se limpia de guerra, no se lava de sangre, no se corrige del odio.
Es verdad. Pero es igualmente verdad que nos acercamos a una evidencia: los violentos se reflejan en el espejo del mundo y su rostro no es hermoso ni para ellos mismos.
Y sigo creyendo en la posibilidad del amor. Tengo la certidumbre del entendimiento entre los seres humanos, logrado sobre los dolores, sobre la sangre y sobre los cristales quebrados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario