La
constitución nacional, aquella que en 1816 apareció como el primer intento de
unión, y los congresales escribieron un acta primordial, para
proclamarnos una nación libre. Esta declaración de la independencia, fue redactada
en tres idiomas: castellano, quechua y aymara.
El
objetivo de esta impresión del documento fundacional de nuestro país en estas lenguas,
radicó en la imperiosa necesidad de comunicar a la población de forma efectiva
y rápida la novedad.
El
pueblo Aymara que cubre parte del norte de Chile, noroeste de Argentina y gran
parte de Bolivia, desconocedores de la idea de límites entre estados
nacionales, estaba antes de la invasión española y quedaron cubiertos y
protegidos en este suelo por pisar tierra Argentina.
La
letra de la primera constitución, digo la de 1853 y de las que la precedieron, y del carácter que los incluye como
ciudadanos, fue leída durante años, con unos extraños lentes que al parecer, han
deformado el sentido.
Una
gran cantidad de pueblos originarios, desacostumbrados a fronteras de estado,
comparten territorio con nuestros países hermanos.
Guaraní,
Toba y Wichí, por el noreste. Incas Huarpes y Mapuches por la cordillera. Los
Charrúas en el litoral sur.
Todos
los pueblos nativos han permanecido en estas tierras por mucho tiempo.
Hace
unos días, un periodista interesado por el grave problema que tiene la
comunidad Qom, entrevistó por radio al cacique Félix Díaz. Luego de varias
consideraciones, le preguntó acerca de la cantidad de años que viven en esa
región llamada La Primavera. El cacique respondió: “Nuestros padres vivieron
allí”. El reportero, insistente en una valoración numérica, como si el sistema
decimal revelara una situación oculta, reclamó: “¿pero cuantos años, 50… 100?”
A lo que el cacique concluyó diciendo: “Han estado siempre”.
Aquí
se revela el sentido de la palabra, dejando
mínima la razón del número.
La
palabra siempre remite
inexorablemente a originario. Siempre han estado, junto a los ríos, a la tierra
y a la vida circundante de plantas y animales autóctonos.
Tristemente
ese respeto primigenio en escribir la declaración de la independencia en los
idiomas mayoritariamente hablados, no
tiene en la actualidad una lectura acertada, y permanece flotando en el viento
una sensación de deuda con los pueblos nativos.
Es
difícil sentir en las entrañas el agobio de un pueblo como los Qom, que gritan
en silencio, lejos de su tierra, envueltos entre ruidos, apatía y la soledad
del ayuno para intentar poner una mirada sobre su drama.
No
solo hay que exponer el pasado, como los serviciales fusiles de Julio A. Roca,
o de la indiferente ceguera de tantos gobernantes, ni del indeleble agravio
producto de la discriminación.
Debemos
intentar hablar de una mirada holística que abarque todas esas cosas y mucho
más.
Nos
merecemos probar, nutrir una discusión completa y abierta entre todos. Una contemplación
clara y sostenida de nuestros hermanos los indios, como los llamó Don José de
San Martín.
La
meta será entonces, el validar los pueblos, rescatar culturas insondables en el
tiempo, aceptar lo diferente con el aprendizaje como premio y fundamentalmente,
ser iguales ante Dios, ante la Ley y ante la tierra que nos cobija.
Alejandro
Lemos
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