Abrirme a la
experiencia y registrar la vivencia fue
en sí, la propuesta que me hiciera antes de presenciar y sentir la película “El
hereje”.
Al desplegarse el
primer cuadro de diálogo, entre el crepúsculo y la primer bocanada de la noche
el director, Jorge Falcone, me zambulle sin vuelcos a confrontar las primeras
sensaciones.
En una manifiesta intención,
Alfredo Moffat cuenta una anécdota de un loco lindo que. extraviado y desnudo
en la avenida Santa fe, no pudo ser percibido por una señora con su hija quinceañera.
Con una sencilla
manera de presentar, el director fue trazando pinceladas de color con sinceras
formas de aproximación a una persona invisible, lejana, perdida y abandonada
por gran parte de la sociedad.
Allí quedó
instalado el primer eje, con esa hermosa humanidad que destella Alfredo Moffat,
un arreglador de vidas, un profesional destacado, un sensible hombre que
percibe a todos, incluso a los intocables
Uno a uno fueron
apareciendo manifestaciones de hombres y mujeres que penaron por llevar una
etiqueta de loco. Testimonios que desde la profundidad, hablaron de soledad,
despojo, ausencia de libertad, y una incomprensión feroz que me llevó a buscar
en los diálogos, la palabra aceptación.
Otro eje que me atravesó
en la noche, fue la distancia. La distancia que puso esa mujer que caminando
por la vereda no lo percibió como hombre padeciente, la distancia que desde el
centro de la ciudad se ubican los manicomios, la distancia de ciertos médicos
manicomiales con sus pacientes y la extrema distancia que llevan algunos entre
el corazón y el cerebro.
En un viento
arremolinado, se fueron abriendo las exposiciones de exclusión entre aquellos
que estuvieron internados en un hospital psiquiátrico.
Como una tangente
inevitable a la pérdida de libertad, apareció también la cárcel, los niños de
la calle, los vejámenes en orfanatos, y el ya derogado servicio militar, con
una historia de locura en Campo de Mayo.
A esa altura de la
proyección, se movía intensamente dentro de mí, dos mareas opuestas sin generar
contradicción alguna.
Por un lado, me
inundaba el dolor, el desamparo y un
miedo proveniente de mi hombre primitivo.
Por otra parte, un
alivio en recibir a estos sobrevivientes de un sistema arcaico para acompañar la
locura. Estas personas resilientes, que transitaron sus propios procesos de
cambio y lograron salir del tremendo estigma de un certificado que anuncia la
ausencia de la norma.
Estos prójimos nuestros,
lograron modificarse, y en sí, la resiliencia es eso, una palabra proveniente
de la física que enuncia la capacidad de los metales en recuperar su estado
original.
Al finalizar, un
agradable sabor a esperanza se instaló en mi boca, con la misma sensación de un
café, fuerte y cargado de relatos vividos, con el anhelo de saborear tiempos
mejores y paladeando la frase de Sartre que se dijo:”No importa lo que hicieron
de ti, lo que importa es lo que vas a hacer con lo que hicieron de ti”.
Alejandro Lemos
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