Hay un río al norte de Argentina. Un río de confluencia entre pueblos originarios, fronteras, criollos y Misioneros Pasionistas. El río Pilcomayo, que en su toponimia del Quechua va inundando el cielo con coros y sonidos al llamarse Río de los Pájaros, nace en el altiplano de Bolivia, y es frontera natural de Argentina y Paraguay, abriendo un espacio de conexión y vecindad en toda vida que lo habita. En gran parte de esta cuenca se reunieron hace más de 5.000 años pueblos provenientes de distintas partes de América, aprovechando los bañados, lagunas y esteros que forma el río en su recorrido, encharcando la selva llamada El Impenetrable que provee alimentos y cubre las necesidades de estos pueblos milenarios. Un delicado equilibrio se fue gestando entre El Impenetrable, el Pilcomayo, ese río indómito, y los pueblos que a sus orillas fueron trazando signos de vida y respeto con la naturaleza. Esa fina y considerada armonía, esa íntima relación entre partes está fundada en la tierra, como madre protectora, como madre receptiva de vida, de cantos y colores, de sigilos de agua y de miradas entrelazadas. Hoy encontramos poblaciones Wichí, Qom, Pilagá y Nivaclé en distintas localidades de la provincia de Formosa, por donde transita inseparable de su tierra y de su gente este río de llanura. En 1972 avanzó hacia el oeste de la provincia de Formosa el P. Francisco Nazar para llegar al Impenetrable, desde ese momento se enamoró de esas tierras y generó tejido apasionado que hoy sigue acompañando como vicario del Equipo Diocesano de los Pueblos Aborígenes en Formosa. Allí se instaló y desde Ingeniero Juárez se abrió a los corazones la Misión de estos hermanos. Abarca un poco más de 20.000 km2 de tierras boscosas muy áridas y con temperaturas muy altas en verano. Esta tierra está habitada por distintos pueblos indígenas que moran estas heredades ancestrales y por criollos que fueron avanzando hacia El Impenetrable. Juntos comparten la vida cotidiana. Una multiplicidad de culturas, varios paradigmas distintos cada uno con sus valores y tradiciones que una vez más limitan y conviven desde hace muchísimo tiempo. Desde aquel inicio en Ingeniero Juárez los Pasionistas fueron sembrando vida con la inacabable idea de ayudar a los más necesitados. Esta misión se abre en una forma sencilla en el compartir, servicial para con los hermanos y hermanas, y fraterna en el acompañamiento en pueblitos, parajes y escuelas del monte. Como el Peregrino de Emaús, esta pastoral intenta acompañar el camino en una amorosa reciprocidad, la vida de los discípulos. Una relación de espejos donde se reflejan unos en los otros. En ese andar, se acercan amigablemente a las personas que viven tan aisladas. Es interesarse en ellos y con ellos, servir el mate y dialogar en ronda y mirar tan profundo que es cielo el silencio. De esta manera participan la Palabra de Dios y son testigos de la gratuidad del amor. Tan natural es significar el pan en la mesa de la familia, la mesa de la vida y la mesa del apasionado Jesús de Nazaret. Desde la calidez de la llegada, la hospitalidad del encuentro y la generosidad en el compartir. Así transitan esas tierras de río y selva los Misioneros Pasionistas, en la creencia de salvar la Tierra: nuestra Casa Común. “La Tierra no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la Creación. Somos co-responsables de su salud”. En los últimos años se fueron produciendo desacuerdos entre las autoridades locales y los Pueblos nativos. Se abrió una brecha que marcó grandes diferencias entre algunas personas ligadas a distintos tipos de poder y las comunidades originarias. Esto creó una asimetría injustificada y los dejó en una situación delicada de vulnerabilidad. Los nativos, que como está dicho, viven en esas tierras desde miles de años, fueron corridos y expulsados a otras tierras, lejos del agua, lejos de su monte y lejos de los espíritus de sus ancestros. Estas condiciones los dejó aislados y con poco o escaso movimiento para su supervivencia. Una inesperada situación de pobreza que dejó a hombres y mujeres afrontando de pie esta adversidad. Las mujeres se abren admirablemente en su condición como continuadoras en el ciclo de vida, criando a los hijos, manteniendo los quehaceres y marchando codo a codo entre los hombres en lucha por sus derechos. Durante largo tiempo han intentado tener un marco comunicacional con las autoridades y la respuesta pasó del silencio a la violencia en muchas ocasiones. Paralelamente se fue creando una conciencia de Pueblos Originarios, un estar pacífico de estas personas frente al atropello, sin abandonar los reclamos por sus territorios. Una figura fue creciendo dentro del pueblo Qom, en la comunidad Potae Napocna Navogoh (La Primavera), una persona que recibió el mandato del Consejo de Ancianos como vocero, para pedir y reclamar por sus derechos. Félix Díaz es el Qarashe del pueblo Qom y a la fecha ha realizado innumerables acciones dentro y fuera del país, como el haber estado en el año 2013 en una entrevista privada con el Papa Francisco, junto a su esposa Amanda Asijak, el premio Nobel de la Paz: Adolfo Pérez Esquivel y Francisco Nazar. El pedido está basado en la devolución de las tierras, un trato igualitario y el fin de las situaciones de violencia. Una definitiva propuesta de igualdad entre lo indígena y lo criollo. “Nos piden los títulos de propiedad de las tierras y nosotros nos preguntamos como podemos tener propiedad de nuestra madre”. Como forma de vislumbrar el conflicto, en el año 2011 un gran número de personas provenientes de distintos pueblos indígenas de Formosa, llegaron a la Ciudad de Buenos Aires para instalarse en un acampe en pleno centro de la capital. De esta manera intentaron hacer visible lo invisible y así pedir a las autoridades nacionales que intercedan y participen de una solución que no era dada por la provincia de Formosa. Pasaron cinco meses de reclamo pacífico, hasta que fueron desalojados violentamente por la Gendarmería y llevados forzosamente a sus pueblos, con más dolor en sus corazones. En el año 2015, agotadas una vez más, todas las posibilidades de diálogo con las autoridades provinciales, y frente a una escalada de violencia que dejó indígenas muertos solo por reclamar, establecieron un nuevo acampe en la Avenida 9 de julio, a metros del Obelisco. Unas cien personas provenientes de las comunidades Qom, Pilagá, Wichí y Nivaclé, afirmaron su presencia como grupo peticionante con el nombre QOPIWINI, una muestra de unión con las primeras letras de cada pueblo entrelazadas en un solo nombre. A los cinco meses de espera sin respuestas, a las puertas de la indiferencia de los gobernantes, luego de marchas y movimientos para mostrar tanta apatía, QOPIWINI tomó otra vez la iniciativa, y junto con otros pueblos originarios organizaron la Primer Cumbre Indígena de Argentina. Cerca de 80 Caciques de distintas partes del país, deliberaron en asamblea para unir esfuerzos en la lucha por la tierra. Una vez más, los Misioneros Pasionistas acompañaron este paso histórico y abrieron las puertas de la Casa Nazaret dentro de la Manzana Santa Cruz en la Ciudad de Buenos Aires. Así, en comunión con las opciones de Jesús, los Pasionistas ponen en un lugar preferencial a los Crucificados de Hoy. Con ellos, en una relación de reciprocidad, se hacen sujetos de esta historia para seguir expandiendo la vida. Durante más de 40 años los Peregrinos Pasionistas han estado y seguirán estando junto a estos pueblos, acompañando donde sea, la necesidad de sus tierras que para ellos es vida. A la búsqueda de soluciones apacibles y al amor de este apasionado Jesús de Nazaret que nos une en la Cruz. Comparto este relato como testigo junto a mi esposa, Gabriela Cartasso, de estos ocho meses de permanencia del Acampe QOPIWINI y de todas sus desventuras. En este tiempo hemos vivido su desarraigo, el temor de vivir en la calle, las enfermedades adquiridas y el incesante ruido de esta ciudad. Allí en el acampe hay pueblos de pie, con la mirada puesta en las autoridades Nacionales y provinciales, sosteniendo este inmenso esfuerzo con una dignidad que emociona. Como arte y parte de la comunidad de la Manzana Santa Cruz, estamos y seguiremos estando junto a estas sencillas personas.
Alejandro Nevio Lemos
(fotos de Reynaldo Ortega, Adolfo Pérez Esquivel, Francisco Murray C.P.)







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