Nadie
rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
Jorge L. Borges
Mapas
y caminos
Hace
un tiempo no tan lejano, fui ciego. Afortunadamente esa situación ya pasó y hoy
podría decir que veo mejor que nunca.
Con
esta mirada de mis días, parado en este presente que me toca vivir y con la
convicción de que el pasado fue una resultante de los presentes sucedidos, me
deslizo hacia el principio de los recuerdos como para ver el horizonte interno
de mi crecimiento. No alejado de la anarquía que provoca el reconocerse vivo,
me adentro a seguir los pasos que resultaron como este hombre que soy, se adueñó
de una ceguera para llegar al final de uno de sus procesos de cambio y ver los
ojos de su amada.
Fui
un hombre con tantas máscaras que pesaban sobre mis jornadas que no reconocían
la noche o el día para dormir. Fui una herramienta diseñada para tallar y
surcar, un proveedor decidido a cumplir con su misión. Fui exitoso con el antifaz
del éxito y fui dominador del mundo que construí. Fui hacedor de fuerzas e
inventor de voluntades, caminante incansable de penosas travesías y constructor
de fortalezas ilusorias. Fui amante, fui padre, fui amigo, fui hijo y en ninguna estuve presente.
Las
estaciones pasaban como un tren silencioso sin detenerse a respirar, los años cumplieron
con la profecía de ser el que querían que sea, la vida era entonces, un devenir
de festejos sin expresiones y caminos sin recorridos.
Esta
pérdida de elasticidad para reconocerme, este pálido trabajo de saberme de
buena tinta y la pobre elongación que hacía de mis emociones, me llevaron a
detenerme en el tiempo, a perder todo registro de mi presente y quedarme quieto
en el frenesí de la carrera.
Entonces,
fue en abril. Con este dato tan insignificante como pudo ser en octubre,
sucedió lo inesperado. La fortificación inexpugnable que había construido se
desplomó raudamente como una noticia de ayer y se apresuró el tiempo para pasar
otra crisis.
En
esa mañana, tan igual a tantas otras, viajaba con mi familia en alguna carretera.
Entonces lo inesperado, la muerte entre mis brazos sin siquiera saber que la
estaba abrazando, Sigilosa y lenta se aproximó con un auto enfurecido y
aniquiló las convicciones de ese hombre que pude haber sido.
El
estampido, la pérdida del control y el retorcer de hierros quedaron en mis
oídos rasgados perennemente. Junto a mis hijos, quedaron trozos de ese hombre
esparcidos por toda la escena y el pavimento se tiñó de una extraña incertidumbre.
Hoy,
desde este lugar puedo ver que en ese momento sentí tan profundo, que el aire
dolía al entrar a los pulmones, las manos desgarraban el metal para rescatar a
mis queridos, la mirada se alzaba al cielo suplicante de ayuda y mi vida
cambiaba para siempre aunque no lo sabía.
Parado
entre los escombros de mi vida, la contemplación puesta hacia adentro, erguido
con el torso yerto y una inquieta necesidad de revisar tanta rigidez, guardé la
sonrisa fotográfica y comencé a caminar. Recorrí los senderos mas inhóspitos de
mi cuerpo, saboreé lo agradable y lo imposible, reconocí personas dentro de mi
vida y acepté que otras no estuvieran más.
No
fue fácil, fue un ladrillo cada día para construir un espacio abierto, a veces
se caía un lado, en otras, el viento me movía como un mimbre. Un largo proceso
de reconocimiento que no termina y me lleva a mirarme cada vez más.
Nuevamente,
presente en mi presente, no desacredito al hombre que fui, fui en la exacta
medida lo mejor que pude haber sido para mi. Esta aceptación de mi pasado es
una confirmación de lo que quiero ser hoy.
En
este largo proceso hubo muchas almas escuchantes que apoyaron sus oídos en mis
pensamientos, inagotables ayudantes de la vida a los que en el infinito seguiré
agradeciendo su ayuda.
Esta
reformulación de ecuaciones, que me hace percibir el aire con aromas, el día
con vehemencia, el no preguntarme por que y reflexionar el para que de las
cosas, el entregarme a la vida como un niño que va a nadar al río y disfrutar y
llorar tantas veces lo reconozca, me hacen sentir tan cómodo que mi cuerpo que
es un todo se envuelve en mis sentimientos.
Entonces, yo que fui ciego hoy veo más, y en este
proceso de recuperar la visión me dejo flotar como un corchito en la ribera
calma y espero que me bañe el sol la mirada para seguir sintiendo el amor de
mis hijos, la pasión de mi esposa, el dolor de lo inevitable y una cerveza
entre amigos.
Alejandro
Lemos
4 de Junio de 2007
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