Los primero de enero

Para Marcelo

Estoy en el quinto piso, apoyado en la baranda más lejana que tiene la pileta de natación, con el puro encendido, un Romeo y Julieta robusto que perfuma este cielo perfecto. No hay otra cosa más que un estrellar desconocido para mí. Siempre vi las constelaciones del sur y no conozco ninguna de todas estas. La música se escucha como si fuera de otro barrio, tan lejos como que no me pertenece; hay una extraña calma, un sosiego delicado que me permite gozar el momento.

Una luz corta la senda oscura como un disparo silencioso, se abre la puerta del ascensor y se cierra dormitante. Una sombra, solo una sombra con un impecable traje negro, la
corbata mariposa abierta para descansar el cuello, un andar reposado para disimular el día, los brazos hacia abajo, en la mano derecha una botella de Laurent Perrier extra brut enganchada entre los dedos índice y mayor; en la otra mano, dos copas talladas por un artesano griego trepidaban como el timbre de una bicicleta.

Te acercaste en silencio, casi como suspendido en el aire, con tus pasos cortos, te estacionaste a mi lado, pusiste el champagne en la baranda, y tronó el silencio desde una cava francesa cuando lo abriste.

¿Cómo estás? Me dijiste, sin dejar de mirar la extraña formación que se hace con el humo y las burbujas.

Acá estoy, esperándote y disfrutando. ¿viste que negro tan profundo? ¡Parece azul!

¿Llegaste hace mucho? Me dijiste con ese tono que ponés para conciliar sin preguntar.

No hace tanto, te dije, y moviéndome teatralmente te mostré el canasto de mimbre que tenía acomodado entre mis piernas, tan lleno que se tumbaba al menor movimiento. Te lo señalé para que pusieras atención en él, lo miraste con sorpresa y me dijiste

¿Qué es eso?,¿con qué te viniste?

Inspirando cada instante de felicidad que nos circundaba, te miré a los ojos y te dije: son recortes, un canasto lleno de recortes. Partecitas pequeñas de recuerdos de nuestra vida juntos.
Con la gracia de una garza nocturna, metí la mano y eligiendo al azar te dije:

Mirá este…  es cuando naciste. ¿Sabés que cuando decidiste llegar al mundo era el crepúsculo? ni noche, ni día; íbamos por avenida Rivadavia para el sanatorio Antártida y el cielo se coloreaba de rojos, naranjas y lilas. El sol salía a nuestras espaldas y me marcaba el camino en ases luminosos.

Dejame ver otro… y mis dedos sintieron la textura de un papel suave y lejano… ¿A ver que es? ¡Es cuando te daba el biberón! ¿sabés que me acostaba en la cama con las piernas flexionadas y te apoyaba tu espalda en mis muslos?, ¡fue un enero fatal!, ¡de mucho calor!, tu piel acariciaba la mía con un saludo mañanero, y tu mirada con la mía se conectó para siempre.

¡Uh! ¡Mirá todos estos! ¡son un ramillete de colores! Aquí están las veces que jugábamos a la pelota… ¡fijate que soy malo para el fobal!, y vos ¡que saliste tán bueno con la redonda! A mí me parece que son los genes de tu abuelo, ¡bienvenida la mezcla de gringos y criollos! Hay un montón… en la plaza, en la vereda, en el fondo de la casa…

Este!, mirá este… es cuando te rompiste la naríz en el banco de la plaza de la estación Florida. Se te hundió el banco de cemento en la ñata… por suerte me acordé lo que hacía el Tata y te la estrujé para ponértela en su lugar.

¡Parece que no quedó tan mal!.

De todas maneras deberías ver a un médico para que te revise si por adentro está en orden.  

A ver, veamos otros…, estos son de un papel único. Acá te tengo aprendiendo a pedalear en la bicicleta con rueditas… o en este otro mucho más adelante, enseñándote a manejar. ¿te acordás que me decías? ¡No voy a aprender nunca! Y yo te contestaba que te ibas a arrepentir de saber conducir.

¡Hay muchisimos!, no se… por ejemplo éste, cuando fuimos por primera vez a la cancha, jugaron Independiente y Boca, salimos calentitos porque fue un empate aburrido.

Pero el ambiente, el color, los cantos y la potencia de la hinchada, de eso nos quedamos repletos.
Nuestras miradas se posaban en cada pedazo de papel, un crisol de cálida armonía, pasaban los días como si fueran todos feriados, había risas, había sueños, allí estaba todo lo que hicimos en nuestra vida.

¿A ver? Saca uno vos, te dije, entonces metiste el brazo hasta el codo y giraste la mano… ¡Mirá que justo! Ese es cuando te regalé mi reloj, el mismo que usé toda mí juventud. Pensar que ahora voy por la vida sin bobo porque vos tenés el mío.  ¡Eso me dá mucho placer! Vos armás tus horas y yo acompaño el compás.

Durante unos instantes, mientras te revolcabas entre tantos papelitos, me puse a mirar el mar como si estuviera allí, no es que no estaba, es que la noche invadía tanto y el océano estaba tan tranquilo que no se diferenciaba el horizonte.

De tanto en tanto pasaba una pareja emborrachada de amor para hablarse en silencio.

De tanto en tanto se escuchaba un zumbido de un buque lejano que nunca conoceríamos.

Todo estaba listo para abrir el alma, para regalar un recuerdo a la memoria infinita y seguir adelante.

Disfrutando el juego, sin elegir, sacaste dos juntos. Uno era en el sótano del negocio, cuando estuve fundido, quebrado en el ánimo y en el bolsillo, vos a mi lado, escuchando y sosteniendo… no se si fueron suficientes las veces que te he agradecido que me apoyaras tanto.

El otro que sacaste, que lo vivo con tanto cariño como el anterior, fue cuando estuve en terapia intensiva… te parabas en la puerta vaivén y me saludabas sonriente… a decir verdad yo no sabía bien si me decías hola o adiós. Cualquiera de las dos fueron muy provechosas para que saliera pronto de ese agujero.

Mientras le sacábamos las últimas gotas a la botella, encontraste los miles de fuegos artificiales que tiramos, las millones de figuritas que compramos, los colegios, las mudanzas y las novias...

Todo parecía un abanico árabe que se desarrolló en un espacio tan reducido como  el de tu corazón y el mío.
Aparecieron también los recortes de dolor… cuando nos dijo chau el Tata y un tiempo más tarde se fue la abuela, ¡que bárbaro! Con tu pesar y sosteniendo el mío... Te respeté cuando te calentaste con mis amigos gritones.

Tenéme paciencia…, cuando yo me vaya poné música y que cuenten chistes… si los veo reírse me voy a ir silbando.

Bueno che, me parece que se te está haciendo tarde, otra vez se nos vino el amanecer.

Si papá, ¡ya tendría que estar trabajando de nuevo!, me dijiste con el ánimo de lo irremediable.

No quería dejar de estar con vos, en este primero de enero.
Fue lindo, muy lindo… susurré mirando de reojo al canasto para ver que más aparecía y enfilando para la planchada pensé: ¡qué hermoso sería tenerte en casa el año que viene!

Alejandro Lemos

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