Leer o leer, esa será la cuestión



Una aparente contradicción se ha presentado en torno a la lectura, entre lo clásico y lo moderno.
Por un lado, la cantidad de información disponible para cada persona, excede las posibilidades de leer todo lo que está al alcance. Libros en papel, a la antigua y libros electrónicos para leer en sofisticados equipos. Diarios con olor a tinta y ediciones por internet que permiten estar actualizados desde el otro lado del mundo. Revistas de todo tipo, intentando una segmentación del usuario para su conquista.

¡Tanta oferta, para tan pocos lectores! La otra cara de la abundancia de ferias del libro y de escritores noveles, es la insipiente ausencia de lectores.
Por lo menos de aquellos lectores que se entusiasmaban con “La guerra y la paz”, con novelas infinitas y ensayos de una profundidad oceánica.
Las tecnologías no disuadieron al lector ni al escritor porfiado. Solo provocaron un cambio de modalidad y dimensiones.
El correo electrónico, sustituyó al agotado cartero para darle un descanso a sus pies. Mensajes de texto en los teléfonos móviles inteligentes y la premura en usar ciento cuarenta caracteres en algunas redes sociales y utilizar al globo como una inmensa conferencia de prensa, fueron los instrumentos de cambio para seguir leyendo.
Incluso este colosal acceso a las nuevas tecnologías, no permitió la entrada triunfal de los mensajes de voz, y el escribir, aunque fuera en nuevos códigos, sigue siendo una buena opción de lectura.
Los cambios tienen su proceso y estamos inmersos en el movimiento del traslado. Podemos recibir un mensaje que diga: “t lo digo x q t qiero”, y de alguna forma llega a la sensibilidad como para no descartar ese texto de nuestro equipo.
La paradoja se instaló entre los que dicen que no se lee como antes y los que afirman que hoy se lee mucho más.
Nuevos lectores, como los ciegos con el lector de pantalla, se han introducido entre los visuales, como descarados fisgones.
Los jóvenes cultivan los blog como parte de su imagen personal.
Hay una cantidad de personas mayores de ochenta años, que navegan por la red como lozanos grumetes.
Esta situación de lecturas pequeñas y constantes en mi equipo electrónico, me mantiene en una elección permanente sobre el tiempo que dedico a leer y contestar.
La iniciativa en renovar la cultura de la lectura, que continúa persistente, me hace añorar algunos paisajes antidiluvianos. Sentir el peso de un libro en mis manos, el subrayar y leer lo marcado como si fuera otro libro, revisar un diario antiguo con la certeza de haberlo vivido, y  sin dudarlo, leer una carta manuscrita por  mi padre. 


Alejandro Lemos

1 de Agosto de 2010

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